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Tras las pistas: Madres en la búsqueda

(Fotos: Grisel Pajarito/ Jorge Alberto Mendoza)

Analizar la serie numérica del ADN, conocer la antropología y odontología forense, entender expedientes oficiales, ver retratos hablados y aprender leyes no son tareas exclusivas de peritos o investigadores especializados. También las realizan miles de madres en México, quienes comprendieron que el conocimiento es poder, aquél que podría ayudar a encontrar a sus hijos desaparecidos.

Son mujeres que, en su mayoría, estudiaron hasta la secundaria, pero la desaparición de su familiar y la indolencia de las autoridades las obligó a conocer y a aprender cada uno de los términos que médicos forenses, antropólogos y peritos aplican después de estudiar alguna maestría, un doctorado o especialización. Es su única defensa frente a la omisión de las autoridades, que se traduce en la tardanza en las investigaciones, expedientes mal integrados y deficiencia en el uso de la tecnología forense.

Tener ese conocimiento o no es una diferencia en el trato que reciben de las autoridades desde que acuden a presentar la denuncia de desaparición.

“Marca una gran diferencia porque en primer lugar el Ministerio Público sabe que no se va a encontrar a alguien que se va a dejar. Tienes que prepararte de cómo llegarles, de cómo pedirles. Cada que puedo voy a un curso y a otro y otro, porque todo lo que aprenda me va a llevar a encontrar a mi hijo, me va a llevar a la verdad. Necesitamos prepararnos para enfrentarnos a este gobierno de simulación”, refirió Guadalupe Aguilar, madre de José Luis Arana Aguilar, desaparecido en 2011.

Aunque al principio se sintieron molestos, los funcionarios fueron testigos de cómo las madres se empoderaron, porque en su mayoría son mujeres las que buscan a sus hijos. “Ya se la piensan lo que van a hacer. Ya una bromita fuera de lugar, nos damos cuenta y le decimos: ‘estamos hablando de cosas serias’”, sentenció Rosario Hernández, madre de Oswaldo Javier Hernández Cervantes, desaparecido en Tlaquepaque en 2014.

“Si tú tienes un hijo, tú sabes por dónde vas a buscarle. Por eso les he dicho a los policías que deben aprovecharse de la intuición de la madre. Ese conocimiento es el básico, sabemos adónde ir a buscar y ellos no; ellos caminan a base de suposiciones, nosotros tenemos teoría y ellos, hipótesis”
-Guadalupe Aguilar

“De no saber nada nada, tengo hasta la secundaria, he aprendido muchas cosas. Las personas que me conocen me dicen: ‘ya no eres la de antes, ya no veo a la persona débil que eras antes’”, compartió Raquel, madre de Alejandro Trinidad Escobedo, desaparecido en 2013. Esa transformación llegó por buscar a su hijo. “Primero te ven frágil, pero ahora ya no. El miedo es muy diferente a la fuerza que tenemos para seguir adelante”, añadió.

Paso a paso

El protocolo para la búsqueda de una persona desaparecida lo conocen las autoridades y están obligadas a aplicarlo. Sin embargo, las familias han evidenciado que no se les orienta sobre el proceso para denunciar una desaparición.

“La prueba de ADN me la tomaron en junio del año pasado, cuando ya tenía mi hijo un año de desaparecido”, reprochó Rosario. Ella estudió hasta el bachillerato técnico, pero ahora conoce lo que debe hacer un genetista para establecer si un cuerpo en la morgue podría ser alguna de las personas desaparecidas.

No fue fácil comprender en qué consistía una prueba de ADN (ácido desoxirribonucleico), que contiene la información genética que permite determinar el parentesco de una persona con otra. Para obtener una de estas pruebas los padres deben pasar un isótopo al interior de sus mejillas para recolectar tejido que permitirá obtener una muestra genética.

“La numeración sigue de generación en generación”, explicó Raquel, “el hecho de hacernos la prueba de ADN es para que hagan confrontes con los cuerpos que constantemente están apareciendo”. Como si fuera una genetista, comprendió cómo se lee el ADN; “tenemos que aprender muchas cosas, cómo se hace todo el procedimiento, ya no tan fácil nos engañan”.

Al conocimiento científico se suma el legal, que no se limita a la Ley General de Víctimas aprobada en 2013, sino que se extiende a decenas de leyes y reglamentos locales y federales sobre temas como protección de datos, amparo o desaparición forzada, en estos momentos en discusión.

“Actualmente tenemos apoyo de la Ley General de Víctimas, cosa que no tuve en mi tiempo, que aunque está mal hecha nos ha servido para defender nuestro derecho a ser coadyuvantes dentro de la investigación, y eso nos convierte en investigadoras. Estudié hasta la Ley de Amparo, porque en esta ley existe el amparo por omisión”, relató Guadalupe Aguilar, quien recientemente concluyó un diplomado en ciencias forenses de identificación y criminalística en el Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses (IJCF).

“No es un perrito que se nos perdió como para dejarlos perdidos. Los vimos nacer, los vimos crecer y los queremos volver a tener con nosotros”
-Rosario

Además, actualmente cursa uno de fortalecimiento de derecho en el Colegio de México (Colmex), en el que muchas de sus compañeras son madres de desaparecidos de todo el país.

“Tuve que estudiar, porque dije: ‘me tengo que enseñar, porque todo te piden por escrito’, y tenía que enseñarme a hacer escritos para solicitar; les decía ‘yo soy enfermera, yo no sé de eso’”, agregó.

Otras madres, de forma empírica, sin ir al aula, poco a poco se fueron involucrando en conceptos legales y en los plazos para los procesos judiciales.

“De verdad que me gustaría saber leyes, porque sí me encabrona que nos quieran ver la cara, que nos pretendan dar lo que les da su gana porque piensan que somos ignorantes”, es el deseo de Rosario.

Para ser la propia investigadora del caso de su hijo, ella combina su trabajo en una fábrica de electrónica y los días que debe ir al Ministerio Público para conocer los avances en la investigación, en los que debe ir de una oficina a otra. Esto, hasta ahora, sólo se ha reflejado en sus mermadas quincenas, porque en la investigación no hay avances. Los problemas económicos impiden investigar más.

Cuando una madre aprendió, compartió su conocimiento. Entre ellas unieron fuerzas al encontrarse con ministerios públicos insensibles que ni siquiera les explicaban en qué iba su investigación o con funcionarios que avalaron la cremación de cuerpos de personas no identificadas, pese a que la ley de víctimas establece la prohibición para incinerar restos humanos.

“Hemos aprendido a orientar a otras personas, porque cuando uno está en la angustia y la desesperación no ves muchas cosas. Cuando alguien te llama y está en esa angustia, tú puedes darle orientación de qué seguir haciendo, porque ya lo vivimos, ya pasamos por ahí”, compartió Rosario.

Enfrentar el dolor y convertirlo en fuerzas para buscar es la fórmula. “No me considero defensora de derechos humanos, me considero una buscadora de mi hijo y en el camino ayudo a quien me pida ayuda”, enfatizó Guadalupe Aguilar.

Investigadoras

Hablar al 066, ir a hospitales, buscar con los amigos o la novia, llamar a su teléfono celular sin obtener respuesta, acudir a la calle 14, donde está la fiscalía, esperar 72 horas para que le sea aceptada la denuncia y escuchar una y otra vez “seguro en algo andaba”, “se fue con el novio”, “espere a que regrese de la fiesta”.

Éste es un proceso que todas las madres de desaparecidos han pasado y un camino que las llevó a convertirse en investigadoras, sin presupuesto, sin laboratorios especializados y con el único afán de volver a ver su hijo o hija.

La lentitud con que actúan las autoridades las obligó a recorrer varias veces el último trayecto que realizó su familiar, identificar cuántas cámaras de videovigilancia pudieron captar alguna imagen que ayude, pedir copias de los videos y hacer preguntas a la gente que pasa por la zona.

“He recorrido a pie muchas veces, desde Guadalajara hasta Tequila; he buscado en basureros, en el Semefo, en baldíos, hospitales e institutos mentales. En la fiscalía no lo han hecho”, narró Raquel.

De qué color es su piel, cuánto mide, cuál es su complexión, cómo iba vestido, fumaba o no fumaba, de qué color son sus ojos y su cabello son preguntas que les hacen constantemente. La primera vez es normal, las demás son burocracia.

“La última vez que fui a Semefo (Servicio Médico Forense) me mostraron como cinco fotografías nada más”, es la experiencia de Rosario, que reclamó cómo es que la fiscalía “te enseña lo que quiere”.

En cuanto su hijo desapareció, entre la angustia y el dolor de no saber de él, buscó en su casa todos aquellos documentos útiles para integrar el expediente de su investigación. Oswaldo tenía una endodoncia inconclusa. Aunque lo sabía, su madre no logró contactar al dentista para que le diera su expediente médico; de tener esa radiografía dental, ella tendría una herramienta más para encontrarlo.

Toda pista es útil. Alejandro, hijo de Raquel, tenía un tatuaje en la pierna izquierda que podría ayudar a identificarlo. Su madre varias veces ha ido al Semefo a ver decenas de fotografías de cuerpos quemados, accidentados, con huellas de tortura o hasta en estado de descomposición.

“Para mí era muy doloroso ir al Semefo, pero decía: ‘así puedo estar en paz y mi hijo también’. Desgraciadamente no me ha tocado suerte”, lamentó.

Hace poco vio una imagen con un tatuaje parecido, pero no era él. Sus días transitan entre su trabajo en un puesto de verduras en el mercado. Recita por igual precios de frutas y verduras como términos de antropología forense.

Esta madre sabe que hay padres que se niegan a ir al Semefo por miedo a identificar a sus hijos sin vida. Aunque doloroso, recomendó hacerlo.

Mientras que las madres insistieron en que aun cuando en México la tragedia de las personas desaparecidas está desbordada, como lo denunció el alto comisionado de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para los Derechos Humanos, Zeid Ra’ad Al Hussein, pocos son los académicos que se solidarizan y aportan su conocimiento. Por eso, piden a genetistas, antropólogos y, especialmente a los abogados, su ayuda.

Buscar en silencio

Han pasado tres años desde la última vez que vio a su esposo y su hijo. Sus nombres no están en las listas de desaparecidos ni en un expediente de la Fiscalía General del Estado. Las pruebas de ADN y las pistas que pueden dar indicios de dónde están y quiénes se los llevaron las han obtenido en privado, en silencio y con sigilo.

Es una madre a quien el miedo orilló a esconder su dolor, a vivirlo en su casa, a aprender desde el anonimato, porque prefiere evitarse la burocracia, la criminalización y la omisión a la que se enfrentan quienes denuncian.

Así, ella y su hija, mediante investigadores y laboratorios privados, han conformado un expediente que les permita dar con sus familiares.

“En la agonía de no saber nada y el cómo buscar sin denunciar, pedí asesoría a un abogado y me dijo que me hiciera las pruebas de ADN en un laboratorio particular para después mandarlas a diferentes estados y ver si en algún Semefo coincidían nuestros perfiles genéticos con un cuerpo. Hasta ahora no he tenido resultados”, relató.

Después de año y medio de búsqueda conoció la Ley General de Víctimas y otros instrumentos legales que le permitieron saber que, aun sin denuncia, en el Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses debían tomar las pruebas genéticas.

Y aunque su caso es “más difícil” porque no hay seguimiento a través de un expediente, cada 15 días acude al Semefo “porque lo único que puedo esperar es que algún cuerpo que llegue ahí sea compatible con las confrontas de ADN de mi hija y mío”.

Ciencia Forense, ciudadana, aliada

Las muestras de ADN de Raquel, de Rosario y de Guadalupe forman parte del primer biobanco en México. Con sus pruebas genéticas podrían encontrar el paradero de sus hijos, tras sumarse a Ciencia Forense Ciudadana, una iniciativa de una madre que se convirtió en investigadora para dar con el paradero de su hijo.

Julio Alberto López Alonso salió de vacaciones rumbo a Nuevo León. Después no volvieron a saber nada de él. A partir de su desaparición, el 12 de enero de 2008, su madre, Julia Alonso, comenzó su búsqueda.

“Viene la parte terrible de no saber qué vas a hacer, adónde vas a ir”, recordó. Ella se integró al Movimiento por la Paz con el poeta Javier Sicilia, a quien le asesinaron a su hijo. Al unirse a este movimiento confirmó que “no era la única persona, sino que había miles de personas desapareciendo en México y que nadie alzaba la voz, porque nunca esperas que te suceda”.

Para ella, las marchas no concretaban la búsqueda. Por eso, cansada de sólo gritar consignas, buscó una acción tangible. Estuvo en huelga de hambre afuera de la Secretaría de Gobernación; ahí y en otras manifestaciones conoció a más familias en la misma situación.

Fue así que contactó al director de Gobernanza Forense, Ernesto Schwartz, quien le contó del proyecto que había resultado ganador para hacer mil 500 muestras de ADN de familiares de personas desaparecidas y formar el biobanco de ADN. Así ubicó a las madres más aguerridas para organizarse y nació Ciencia Forense Ciudadana, una alternativa ante la desorganización en la base de datos de la Procuraduría General de la República (PGR), y de las procuradurías y fiscalías en los estados.

Ahora sólo quedan cinco organizaciones. Julia Alonso lamentó que algunas agrupaciones “han replicado el proyecto, pero de una manera burda, sin la tecnología, sin la ciencia y nosotros seguimos avanzando, tomando cursos con antropólogos y todo el conocimiento que está al alcance para poder hacer nuestro banco de ADN con la familias de desaparecidos que hay en el país”.

El año pasado comenzaron con la recolección de muestras genéticas en distintos estados del país, incluido Jalisco.

“Sabemos porque hemos aprendido, pero no tenemos ni el título de lo que es un especialista”, reconoció Julia Alonso, quien lamentó que aunque a muchas familias les toman su prueba de ADN en las fiscalías estatales, éstas están incompletas porque sólo es de la madre. Incluso no cotejan estas pruebas genéticas con los restos de osamentas encontradas en fosas.

Lo que a otros les llevó años a través de especializaciones, ella lo hizo por medio de su lucha por encontrar a su hijo. “Por la necesidad que tienes como madre de hallar una respuesta de dónde está tu hijo, empiezas a leer, a prepararte, a preguntar, a estudiar”, reconoció Julia.

“Encontrarlos es lo que queremos. No deseamos encontrarlos muertos, obviamente, aunque es un proceso que duele tan sólo de pensarlo, hay que hacerlo porque aún ahí hay esperanza”, señaló Rosario al explicar por qué decidió compartir su muestra de ADN. Para las madres, una parte clave fue que la información del banco genético de Ciencia Forense Ciudadana está resguardado en una base de datos encriptada, es decir, protegida para que no pueda ser alterada.

A través de esta iniciativa las familias generarán un mecanismo en el que sistematizan y utilizan las tecnologías forenses. Aunque no es fácil comprender algunos aspectos técnicos. Lo más complicado es enfrentarse al monopolio de información de las autoridades y a la corrupción. Para Julia Alonso, aunque se utilice la tecnología más sofisticada, si en México continúan la impunidad y la corrupción, poco podrá hacerse para encontrar a sus hijos.

“Si tú tienes un hijo, tú sabes por dónde vas a buscarle. Por eso les he dicho a los policías que deben aprovecharse de la intuición de la madre. Ese conocimiento es el básico, sabemos adónde ir a buscar y ellos no; ellos caminan a base de suposiciones, nosotros tenemos teoría y ellos, hipótesis”

“La lucha sigue. No pararemos hasta encontrarlos”
-Raquel